Generalmente se buscan las causas más
complejas, las más elaboradas tratando de justificar ese parón en el
incremento en el rendimiento que suele acompañar al deportista en algún
momento de su preparación.
A continuación, vamos a elaborar un
listado con sólo algunas de las causas que pueden propiciar esa
circunstancia, sin que tengan que ser las únicas, y aún a sabiendas de
que posiblemente la tuya no esté aquí contemplada:
¿Tienes bien definidos tus objetivos? En muchas ocasiones, el deportista acomete su entrenamiento rutinario absolutamente desconocedor del objetivo principal del mismo (fondo/resistencia, potencia, velocidad, técnica, volumen…). Si no sabes a dónde te diriges, difícilmente sabrás qué camino tomar; o en otras palabras, si no tienes claro el objetivo de tu entrenamiento o preparación global, es muy fácil que acabes desviándote del mismo y fracasando en tu proyecto deportivo.
¿Estás entrenando de la manera idónea? Es muy habitual que se
ejercite de una manera errónea, aleatoria, caprichosa, etc. Es decir,
algunas personas salen a practicar su deporte favorito entrenando “por
instinto”, habitualmente atacando aquellas partes del entrenamiento que
más les gusta, y descuidando precisamente aquellas en las que es más
vulnerable y por tanto necesitan de una mayor implicación y dedicación.
Trata de, llegado a este punto, consultar con un preparador adecuado a
tu especialidad deportiva.
En el entrenamiento y en la alimentación sucede como en el juego de las 7 y media: “si te pasas… pierdes”.
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